domingo, 1 de febrero de 2009

SEGUIMOS EN BENICALAP


NACE MI HERMANO QUIQUE


Nos instalamos en Benicalap, una de las razones de estar allí era que teníamos un pequeño huerto donde podíamos plantar verduras para poder sobrevivir, pero no podíamos plantar de todo, como ya he contando Valencia fue declarada zona de castigo por haber sido republicana hasta ultima hora, todo lo que se cosechaba se mandaba a Madrid para engordar a los fascistas, así que nos pusimos a plantar moniatos, eso no nos lo quitaban.

Mis recuerdos culinarios de mi niñez se reducen a la degustación de este tubérculo, moniatos hervidos, fritos, tortilla de moniatos y moniatos al horno, que eran los que más me gustaban. El pan era negro, cuando se intentaba comerlo se deshacía entre los dedos en una arenilla negruzca, el azúcar era de algarroba, y no endulzaba mucho. Alguna vez conseguíamos nescafe que mandaba Caritas Internacional y algún bote de leche condensada, que hacíamos hervir al baño de Maria y comíamos como si fuera un flan.

Nuestra situación no era catastrófica, no pasábamos hambre, mi padre y mi madre trabajaban en hacienda, así que no éramos pobres, el problema es que no había de nada, teníamos derecho al típico racionamiento con sus cartillas de cupones, o al estraperlo, cosa que todo el mundo practicaba.

Uno de mis recuerdos de la flora del jardín fue que mi abuela se empeñó en tener una planta de tabaco, había nacido en puerto Rico y seguramente añoraba las plantas de por allí, realmente era muy bonita, y solíamos admirarla las dos cada mañana, hasta el día en que vino la policía para arrancarla, el tabaco era monopolio de estado y nadie tenia derecho a cultivarlo, aunque fuese una planta de adorno. Mi abuela protestó, tenia malas pulgas, pero aunque saco a relucir su abolengo militar no le sirvió de nada, nos quedamos sin tabaco.

Muchos años después, viviendo en Feullantines, mi marido y yo plantamos marihuana en el balcón, estaba prohibido pero era también una planta muy bonita y aunque ninguno de los dos fumábamos la hierba nos gustaba tenerla, algunos vecinos nos llamaron la atención sobre el peligro que corríamos con ese cultivo demoníaco, otros nos felitaban, mayo del 68 había pasado por allí y cada uno hacíamos lo que queríamos, nuestras plantas desaparecieron un verano en que estando de vacaciones dejamos a una amiga el encargo de regar nuestras plantas, ella si que fumaba y a nuestro regreso nos contó que se habían muerto de pena al no estar la familia con ellas, espero que las fumara y que le aprovecharan, yo cuando las veía pensaba en la planta de mi abuela, también prohibida..


En Benicalap tuvo lugar un acontecimiento muy importante para mi, aprendí a leer, como ya he dicho todas las semanas me compraban tebeos, no sabiendo aun de letras mi abuela Irene me los leía, sobre todo para no aguantar mis rabietas si no lo hacía, a ella la lectura le aburría soberanamente, lo único que le gustaba era el misal. Harta de oírme se puso como tarea enseñarme a leer, lo consiguió en unos días, fui una alumna aprovechada, aunque nadie me felicito por ello, aun no iba al cole y mi educación nunca le importo mucho a nadie de la familia, mejor, así soy autodidacta. Desde que me sumí en este vicio solitario nunca he tenido necesidad de nadie, mi principal actividad era encontrar algo que leer, periódicos, libros, prospectos, todo me interesaba aunque los mayores me quitaban muchas veces la lectura de las manos diciendo que ya leería cuando fuese mayor, que no eran cosas para niños, esta odiosa frase nunca se la he dicho a mis hijos, siempre he procurado que leyeran lo que les gustara, y cuanto mas mejor.


Fue allí donde nació mi primer hermano, a Enrique le trajo la cigüeña un 19 de abril, recuerdo que a mi me llevaron fuera del hogar, no se con quien pasé la noche, me dijeron que los niños no podíamos estar presentes cuando el pajarraco se presentara con mi hermano en el pico, podíamos asustarlo, yo comprendí que seguramente dejaría caer a mi hermanito que quedaría algo abollado, no le di mucha importancia a la cosa, ya por entonces no solía creerme nada de lo que contaban mis mayores, no sabia como nacían los niños, pero tampoco me importaba mucho, no recuerdo ni como ni cuando me entere de la verdad fisiológica del asunto, tampoco me impresiono, ya entonces era difícil impresionarme.

Mi hermanito era un bebe gordito y monísimo, mi abuela Irene se lo apropió inmediatamente, siempre tuvo una mecedora, recuerdo de sus origines americanos, se sentó en ella con Quique y así pasaba mucho tiempo, uno en brazos del otro, los dos eran felices, Quique creció y se bajo de la mecedora de su abuela, aunque nunca del todo, como Irene vivía con su hijo, también ellos estuvieron juntos siempre, Quique se casó después de la muerte de su abuela, el la llamaba la tata y así acabamos llamándola todos, él fue el último amor de Irene quizás el único, a sus otros nietos poco caso les hizo, muchos años mas tarde, después de muerta, aun pude encontrarla en mi casa buscando en mi hijo Jeromo la imagen de su nieto.


Mi madre amamantaba a su hijo, como lo hizo conmigo, iba a Valencia a la oficina de hacienda donde llevaba un siniestro libro de cuentas, como tenia mucha leche le desbordaba de sus pechos y caía, a veces sobre el libro, un día entró uno de los jefes de la sección de contabilidad, se quedó mirándola en silencio, mi madre no sabia donde meterse avergonzada de las manchas que ornaban el libro, cuando hablo fue para decirle, no se que haces aquí Milagros, debías estar en tu casa ocupándote de tu hijo, con el dinero que gana tu marido no tienes necesidad de trabajar, mi madre le dio las gracias, cerro el libro, se marcho y nunca mas puso el pie en aquella oficina. Mi padre era ya inspector de Hacienda, los funcionarios de ese cuerpo eran los mejor pagados, mi madre no sabia lo que ganaba, nunca lo supo y él hizo todo lo posible para que no tocara su dinero, incluso denunciarla como adultera y mas tarde como roja. Mi madre pidió la excedencia, eso le permitió volver, muchos años mas tarde, a la muerte de Franco, a ingresar otra vez en el cuerpo y tener así derecho a una pequeña pensión, pero aun no hemos llegado a esas historias.

Los hijos de mi abuelo habían vuelto del exilio, ya he contado como debieron ,marcharse de Paris al ser ocupado por los alemanes triunfadores, Paris no resistió, como todo el mundo sabe y parte se sus habitantes se dedicaron al bonito deporte de denunciar a los judíos, y así quedarse con sus bienes, sabían muy bien que los enviaban a la muerte, fue lo mismo que hicieron los fascistas españoles y los curas denunciando y asesinando a los republicanos para quedarse con lo poco o mucho que pudieran tener, de un lado u otro de las fronteras las gentes son iguales.


Por aquel entonces mi abuela Milagros estaba pasando algún tiempo con nosotros, ya hablare de sus cuitas mas adelante, lo que quiero recordar es algo que viví en directo, bueno por radio, pero que me impresiono para siempre. Fue el 25 de agosto del año 1944, era tarde, después de cenar mi abuela me invitó a ir con ella a su habitación, allí puso una radio pequeña, que no se de donde la sacó, y me dijo que me quedara con ella, pero que no dijera a nadie lo que íbamos a oír, nunca lo conté pero lo digo aquí porque fue una gran emoción. Cuando mi abuela sintonizo empezaron a llegar voces lejanas, hablaban en francés, y decían “on a liberé Paris” eran voces de hombres, de mujeres que no decían mas que eso “on a liberé Paris” gritaban, lloraban al decir esta única frase, así pasó toda la noche, mi abuela no durmió, yo tampoco, me parecía que yo también estaba en esa ciudad que no conocía, y que allí en las calles gritaba “on a liberé Paris”. No sabia que un día aquella ciudad desconocida a la que sus habitantes habían liberado del invasor con su lucha, acabaría siendo la mía, donde realice toda mi vida de mujer.

Mi abuela lloraba y yo con ella, seguramente pensaba en el marido que vivía exilado en Francia, seguramente en Paris, y que quizás pudiese volver si el fascismo perdía la guerra y nosotros también liberamos nuestra tierra del fascismo. No fue así, no pudimos los españoles pasar toda una noche gritando que habíamos liberado nuestro suelo del fascismo, nadie desembarco para acabar con el, al contrario los mismos que le combatieron en Europa apoyaron la siniestra dictadura, nunca pudimos sentirnos liberados, hasta ahora.


Dejamos Benicalap y nos instalamos en Valencia, no se porque razón, a mi me gustaba el huerto, los moniatos y alguna amiguita que me había hecho, pero nos fuimos a la ciudad, deje todo esto atrás, como tantas veces me sucedería en el transcurso de mi vida, en Valencia no estuvimos mucho tiempo, allí pude conocer mejor a mi familia retornada del exilio.

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