viernes, 2 de enero de 2009

ADIOS A CASTELLON

Mi padre y yo en Castellón


Deje Madrid y el colegio, me metieron en un tren, como solían hacer, y me encontré de vuelta en mi jardín, me pasee entre las flores contemplando las palmeras, la glicina que cubría el paseo de la huerta, haciendo un túnel de colores y olor maravilloso, también lo era para las abejas, en aquel tiempo aun abundaban, que revoloteaban entre las flores, me recordaban el día que un apicultor vino a buscar un nido que habían hecho en la ventana de la habitación de mis padres, nos dijo que era fácil llevárselo, quitarlo de allí, el sabia como coger a la reina y todas las obreras la seguirían fuese donde fuese, se llevo el enjambre para sus colmenas, aquello me pareció poético y misterioso, de vez en cuando los apicultores nos daban paneles de cera que chupábamos para extraer la miel, es la mejor que nunca he gustado, la de ahora me parece sosa.

Otra flor que conocí allí y nunca he olvidado fueron los nardos, su aroma me parece de ensueño, otras veces esperábamos la patulea de niños, nosotros y los del jardinero, la llegada de los hombres que podaban las palmeras, se subían con una simple cuerda y sentados en ella cortaban las ramas muertas con enormes machetes, era emocionante verlos, yo tenia la costumbre de subirme a los árboles, costumbre que siempre he guardado y que también enseñe a mis hijos y nietos, lo malo es que además de trepar me balanceaba de una rama a la otra dando el grito de Tarzan, en una de esas calculé mal la distancia, me caí de la higuera y me rompí un brazo, pero con la escayola y todo seguí trepando igual, hoy día sigo mirando los árboles fijándome en las ramas mejores para subir, ya no lo hago, he aprendido a ser prudente.

Mis hermanos correteaban por el jardín, entrábamos en la casa solo para que nos dieran un bocadillo, butifarra negra de cebolla entre pan, buenísima, y nadie se ocupaba de su educación, a mi me pusieron un profesor para que se supiera que no estábamos totalmente apartados de la cultura, me compraron una enciclopedia, que inmediatamente me leí de cabo a rabo, después el profesor, un joven estudiante, me tomaba la lección, poco tiempo después me dijo que no volvería mas ya que yo sabia mas que él, creo que mis preguntas sobre la antimateria, el contenido de las galaxias o nebulosas, como se llamaban entonces, así como mi curiosidad insaciable sobre la formula del agua pesada acabó hartándolo, seguramente no sabia nada de eso ni le importaba, a mi si.

Por aquellos tiempos, antes y después de mis aventuras con las Esclavas, solían mandarnos al cine con las niñeras, mi padre tenia un pase gratuito por ser una autoridad, así que pude ver algunas películas de las que entonces se podían ver en España, cortadas y cambiadas las historias, pero aun así me gustaban, también teníamos pase para los toros, así que asistíamos a las novilladas y corridas a las que no iba mi padre, me aficione a la fiesta y allí, en Alicante y en Barcelona pude conocer los toreros mas famosos del momento, también mi madre y mi abuelo fueron aficionados, a mi se me paso la afición cuando mas tarde comprendí la salvajada que representaba la “Fiesta Española” y que debía avergonzar a cualquier país civilizado, a nosotros no, es un motivo de orgullo, eso demuestra nuestro triste nivel.

El jardín del edén iba a desaparecer de mi vida, un día nos dijeron a mis hermanos y a mi abuela que habían trasladado a mi padre a Alicante, no se si fue como promoción o porque no le querían allí debido a sus escándalos. Preparamos la mudanza y nos fuimos, nunca he vuelto a ver aquel jardín mas que en sueños, nunca volvimos por allí, pero en mi recuerdo vive siempre, veo la hamaca que tendíamos entre los pinos, los granados que crecían detrás del corral y donde las gatas sin amo echaban al mundo a sus gatitos, nos escondíamos para mirarlos, las madres nos hubieran sacado los ojos para defender a sus crías, desaparecieron las violetas que yo recogía en ramilletes para mi madre enferma, la parra con las uvas mejores que nunca comí y los nísperos, como tantos otros frutos, como las plantas olorosas, la albahaca, la menta, el romero y el tomillo, la hierbabuena y la ruda, planta poco conocida y apreciada que crece entre pedruscos de secano, creo que soy una de las pocas personas que la aprecia, su aroma me embriaga, quizás sea porque me recuerda mi jardín, como las otras. No había ni manzana ni Adán ni serpiente, pero de todas maneras perdí el paraíso aunque vive en mí y el poder pasearme entre sus flores me ha ayudado durante toda mi vida para afrontar tantas cosas que he vivido, dejemos la nostalgia, hay que continuar, siempre adelante en el río de la vida.

Quisiera contar que fue allí donde tuve mis primeras reglas, nadie me había puesto al corriente de lo que era aquello, se lo dije a mi abuela que lo único que se le ocurrió fue llevarme a Castellón para comprarme los pañitos que nos poníamos entre las piernas, lo que mas me impresionó del asunto fue la cara de apuro del dependiente cuando mi abuela le pedía los pañitos, no sabia donde mirar, a mi no, sobre todo, de esas cosas no se podía hablar ni conocer, un joven no tenia porque saber como las mujeres paríamos. La única explicación que tuve fue la de la mujer del jardinero, me invitó a su casa al fondo del garaje y me dijo que suponía que nadie me había dicho nada de lo que tenia y entonces me dijo que era lo mismo que pasaba a los animales y que eso quería decir que ya podía tener hijos, que perdería sangre todos los meses, fue mi única clase de educación sexual, yo había visto a veces alguna perrita perder sangre así que no me preocupe mas, con 11 años el tener hijos no era una historia que me interesase mucho y así quedó la cosa.

Llegamos a Alicante, es una ciudad muy bonita, o al menos en ese tiempo lo era, el mar, el puerto y el largo paseo de palmeras, la explanada, con unos chiringuitos donde se podía tomar una horchata estupenda. Nos instalamos en el Hotel, Ritz hasta que el piso estuvo habitable estrenamos un apartamento que tenia una terraza frente al mar, nos separaba de la playa una típica estación de un trenes de la costa, había una pasarela y ya estábamos bañándonos, el agua estaba siempre calentita. Podía haberme acostumbrado a vivir allí, pero antes de que me metiesen en cualquier colegio mi padre me metió en otro tren y me mandó a Madrid, mis padres se habían separado, separación de cuerpos y bienes, lo único que se podía hacer en el país de la dictadura cato-fascista, además no servia para nada como luego se verá, yo me alegre muchísimo, no por volver con mi madre, supongo que también, sino por separarme de mi padre, nunca he podido aguantarlo y la vida fue dándome razón. Llegué a Madrid y allí comienza otra etapa de mi historia, ni mejor ni peor que las otras, pero diferente, se continuara.

Milaros Riera

1 comentario:

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    Las Palmeras Hotel

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