jueves, 1 de enero de 2009

EN MADRID

Milagros y Toya

MI MADRE Y YO NOS INSTALAMOS EN MADRID

Mis padres se habían separado, en principio la separación fue amistosa y quedaron en que yo viviría con mi madre y mis hermanos con mi padre y pasarían las vacaciones con nosotras, yo también iría a Alicante durante las vacaciones escolares, suponiendo que me escolarizaran, yo desde luego lo primero que dije es que no soñaran en meterme en un colegio de monjas. Mi padre, tan tacaño como siempre, se negó a pasar a mi madre la mas mínima pensión, ni para ella ni para mi, así que tuvo que ganarse el sustento, el suyo y el mío cosiendo, a pesar de estar aun convaleciente de la terrible operación que había sufrido, pero que acabo con su tuberculosis.

Nos instalamos en un piso en la calle de Menéndez Pelayo, barrio Pacífico, entonces era un barrio popular donde empezaban a construirse casas nuevas, estrenamos el piso, no teníamos muebles, una camilla, camas lo imprescindible, pero lo importante era tener un saloncito de pruebas donde recibir las clientas que mi madre se iba haciendo, recuerdo que lo amueblamos con cajones vacíos cubiertos con almohadones que así se convertían en divanes, aquello me pareció precioso, muchos años después mi hijo Jeromo se hizo bibliotecas para su apartamento con ladrillos unos encima de otros, debía ser un atavismo familiar lo de amueblarse con poco y que además quede bonito.

Mama no tardo en hacerse una clientela del barrio, vivíamos encima de un cine donde iba con frecuencia para ver las películas permitidas en aquella época, debía ir con nuestra criada Fina, que era como de la familia, era joven y tenia un novio formal con el que aspiraba a casarse en cuanto tuvieran cuatro perras, cosa nada fácil en el país del glorioso movimiento, en ese cine pasaban un anuncio de mi madre, modas Milagros, aquello me encantaba, ya era famosa, me decía, quizás fuera famosa pero no teníamos mucho dinero, así que al final del mes, o al principio íbamos mi abuela y yo al monte, es decir al Monte de Piedad.

Mi abuela vivía con Toya en una pensión, mi tía trabajaba en una oficina y tenia un novio formal, dispuesto a casarse lo antes posible, no lo consiguió, Toya nos contaba que se aburría muchísimo con él y tambien en la oficina. Mi abuela venia a vernos con frecuencia, se llevaba bien conmigo, hacíamos juntas crucigramas y charadas y me contaba algunos episodios de su vida, los que podían oír mis castos oídos. Esa fue la razón de que estando disponible fuésemos casi cada mes a empeñar las dos lo que podíamos al Monte de Piedad, para mi era una fiesta, me parecía toda una aventura. Tomábamos el metro al centro de Madrid, detrás de Sol, escondíamos con esmero los jarrones de plata repujada que deseábamos empeñar y no debíamos decir a nadie donde íbamos, llegamos a una sala de espera llena de gente, allí nos sentábamos sin atrevernos a mirarnos unos a otros, yo si que miraba a todo el mundo pero nadie me devolvía miradas y sonrisas, al llegar el turno se levantaban presurosos y desaparecían en el despacho, después salían sin el paquetito y ganaban la salida a buen pasito. Nosotras hacíamos lo mismo, dejábamos nuestros bonitos jarrones repujados, diciendo que vendríamos antes del plazo a desempeñarlos, un día no lo hicimos y ya no los recuperamos mas, yo echaba de menos mis excursiones y le preguntaba a mi abuela y a mi madre cuando iríamos al Monte, solía hacerlo cuando había visitas para fastidiar un poco, siempre he sido así, no me contestaban y me mandaban fuera del salón, así podía seguir con mis actividades, que consistían básicamente en leer tebeos.

Me pusieron a estudiar en una academia que estaba enfrente de casa, la llevaba un profesor y solo éramos un grupo de chiquillos del barrio dispuestos a estudiar lo menos posible y chismorrear lo que podíamos, me gusto mas que las malditas monjas, pero no aprendí gran cosa, seguía mi formación a mi aire, ahora leía novelas policíacas y de aventuras, naturalmente me enganche a Agatha Christie que ha acompañado toda mi vida, siempre tenia novelitas a mi disposición, no se de donde salían pero mi familia sabia que era el mejor medio de que estuviera tranquila y no diera la lata.

El problema es que yo a fuerza de leer las pías novelas que la Santa Iglesia nos dejaba conocer, me había hecho una idea romántica y convencional de la vida, por ejemplo las madres se ocupaban de sus hijos y no vivían mas que por ellos, no era este el caso de mi madre, tenia un novio con el que pensaba casarse y hacían todo lo posible para que el Tribunal de la Rota anulara el matrimonio con mi padre, les costó un puñado de dinero pero al final no tuvieron bastante para que les dieran la anulación, que solo la conseguían los ricos y famosos, como así sigue siendo hoy en día, todo acabo en tragedia como iremos viendo.

Mi madre salía con Ángel, así se llamaba su enamorado al que por entonces no conocía, no venia a comer y muchas noches a cenar, volvía tarde y yo esperaba con emoción que viniese a darme las buenas noches, cosa que casi nunca se producía, me encontraba sola y además en una ciudad donde no podía pasearme como quería, y ni siquiera había árboles donde trepar, así que me dio una especie de depresión, la única que he tenido en mi vida, lloriqueaba sin saber porque y no hablaba con nadie, me limitaba a poner mala cara y a dirigir miradas asesinas a todo el mundo. Pasó algún tiempo antes de que mi madre se diera cuenta de que algo me pasaba y creo que también comprendió el porque, una tarde me llevo de paseo al Retiro, estaba muy cerquita, me habló como si fuera una adulta, me contó que siempre había salido mucho de soltera, su padre la solía llevar al frontón en Valencia, me contó,y que debido a su enfermedad y a su matrimonio había dejado de hacer cosas que le gustaban y que ahora podía hacer, me dijo que tenia un pretendiente y que cuando pudiese se casaría con él, la confianza que me mostró con sus confidencias me emocionó, me produjo el reflejo de pensar que era una victima, de la enfermedad, de la vida, del franquismo de mi padre, cosa que en realidad siempre fue, yo lo vi. así allí en el Retiro, pensé que había sido desgraciada, conocía mucho de lo que había pasado, y comprendí que debía protegerla, yo tenia 12 años y no creo que pudiese proteger a nadie, pero esta idea que nació en mi mente ha seguido en mi toda mi vida, siempre estuve al lado de mi madre, defendiéndola contra todos, hasta su muerte nuestras vidas fueron paralelas, siempre juntas, a veces una idea puede cambiar toda una vida, lo curioso es que yo nunca pensé que mi madre o nadie pudiera protegerme a mi, quizás no lo necesitaba.

Al otro lado de la avenida había un médico que tenia allí su consultorio, se convirtió en nuestro medico de cabecera, era joven y los pacientes debían escasear porque siempre estaba metido en nuestra casa, yo tenia anginas muy amenudo, como en Castellón, como en Valencia, y el doctor me visitaba, venia sobre todo cuando estaban mi madre y mi tía, las dos jóvenes y guapas y además se le ofrecía el aperitivo o el café, según la hora, a mi nunca me gustó y poco tiempo después tuvo un papel nefasto en nuestras vidas, aunque antes de llegar a ello también creo que debo decir que contribuyó a salvar a mi hermano Juan Manuel de la parálisis, lo contare en el capitulo siguiente.

Milagros Riera

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