jueves, 8 de enero de 2009

CASTELLON


CASTELLON, JARDIN SECRETO

Dejamos Valencia para instalarnos en Castellón, mi padre, ya inspector de Hacienda, había sido trasladado allí. Nuestra vida podía haber sido tranquila y feliz, el trabajo de mi padre, alto funcionario y los funcionarios tienen el puesto asegurado y buenos sueldos, mi padre además tenia, como todos sus compañeros un tanto por ciento de lo que recaudaba para el estado, se trataba de evaluar los impuestos de los fabricantes y según la altura de lo recaudado cobraba, esto hizo que ganara bastante dinero en poco tiempo.

Nos instalamos en una finca a un kilómetro de la capital, era la última de una hilera de chalets que bordeaban la vía del tren, pero entre la vía y la casa se extendía un jardín protegido por altos muros que nos impedía ver u oír el paso de los trenes, la casa según supe había sido construida por un indiano, así llamaban a los que se fueron a América para hacer fortuna, una vez hecha venían para terminar sus días en su país. El indiano dedicó la casa a su mujer, la quiso con terrazas, fuentes, palmeras, mosaicos, escalera monumental que acababa en una cristalera dando paso al gran salón, las rosas florecían todo el año y los geranios brillaban al sol con mil colores.

En el huerto se cosechaban toda clase de verduras y crecían árboles frutales de varias especies, también teníamos una pineda, donde colgar las hamacas y al fondo un corral con gallinas y conejos. Allí aprendí yo a conocer las flores, los árboles y los animales que nos rodeaban, perros y gatos se paseaban como Pedro por su casa, los pájaros anidaban y al caer la noche venias a visitarnos los murciélagos, los rats penats del escudo de Valencia.

En este maravilloso lugar se podía ser feliz, pero no fue así, el indiano supo allí de dolores, su esposa enfermó y murió al poco tiempo de ocupar el Edén que quiso ofrecerle, desesperado vendió la casa y marchó a perderse en las nieblas de nuestra historia.

Hoy día vivo en un sitio donde los jubilados se retiran para acabar su vida al sol y su mayor entretenimiento es plantar jardines, cultivar flores, sus jardines son mas pequeños que el que yo conocí en Castellón, pero también son bonitos cuando la primavera los ilumina, yo no tengo jardín, nunca lo tuve y siempre he añorado las rosas de Castellón, cuando veo las que adornan los chalets del pueblo las miro y pienso que rodeados de flores las gentes que allí viven son felices, después recuerdo que nosotros, al igual que el indiano, tampoco lo fuimos a pesar del aroma de las violetas que nos hacían signos, del jazmín que nunca he olvidado, quizás aquella casa tenia una maldición que cayo sobre nosotros, al igual que sobre el indiano.

De la instalación en nuestra finca guardo un buen recuerdo, ayude a desembalar diferentes jarrones y cosas frágiles que se habían protegido con papeles, y esos papales eran parte de una revista que publicaba novelas semanales, me las leía todas, pero no eran mas que trozos, nunca supe el principio ni el final de lo que leía, pero para mi el caso era leer, y muchos libros me estaban prohibidos, casi todos, yo tenia entonces 8 años y era capaz de leer cualquier cosa.

Al fondo de la huerta había una casita para el servicio, nuestras criadas vivian allí, teníamos varias, ya iré hablando de ellas, fueron importantes en mi vida. En la entrada para los coches estaba el garaje y una vivienda para el jardinero y su familia, la casa no era nuestra, era alquilada y el propietario puso como condición que conserváramos al señor que cuidaba el jardín. Las cosas no fueron bien entre esa familia y la nuestra, ellos eran un matrimonio con dos hijos, hasta que allí nos instaláramos gozaron de toda la huerta, después se vieron reducidos a recibir órdenes, quizás eso les humillo, por lo que fuera dejaron de hablarnos y durante el tiempo que allí vivimos no nos dirigieron la palabra, yo tuve siempre relación con los niños, el mayor era de mi edad y el mas pequeño casi de la edad de mi hermano Quique, jugábamos juntos, montábamos en bicicleta y recorríamos los caminos robando naranjas, teníamos naranjos en el jardín, pero las de otros huertos eran mejores, ya se sabe.

Mis relaciones con Vicente y sus amigos tampoco fueron fáciles, yo era la señorita y me lo hacían saber con miradas de odio, yo no me daba cuenta de lo que podían reprocharme, no tarde en conocer la historia de la lucha de clases, eso explicaba muchas cosas, hasta las relaciones entre niños.

En la gran casa vivíamos mis padre, mi abuela, la Tata, y yo con mi hermano Quique, nos atendían un puñado de criadas, niñeras para nosotros, cocinera y otra para la limpieza, en esa época no era difícil tener servicio, la miseria había echado de sus pueblos a muchas mujeres, solas, con hijos, sus maridos desaparecidos, fusilados, escondidos, ellas debían mantener a sus familias con el trabajo de sus manos. Sabían que debían contentar a los señores y trabajaban como podían, eso no impedía que las jóvenes tuviesen la alegría de su edad y uno de los mejores recuerdos de mi vida eran las historias que contaban de sus pueblos, nada de la guerra, claro, de sus juegos y de sus cantos cuando íbamos de excursión para la Pascua.

Recuerdo que una vez tuvimos a nuestro servicio toda una familia, la madre, cocinera, y sus dos hijas niñera y para la limpieza, eran las jóvenes mas guapas que nunca pude conocer, esa belleza andaluza que es inigualable, pronto vino la tercera hermana, venia de visita a su madre y una vez preguntó si podía instalarse allí con ellas, la casa del servicio era grande y mi madre no vio inconveniente. Mi hermano y yo íbamos de paseo a Castellón con la niñera y su hermana, muchas tardes venían algunos soldados a hablar con las jóvenes y nos acompañaban hasta la casa, una noche uno de ellos quiso entrar y fue el drama, la madre grito a su hija llamándola de todo, a mi la cocinera me pregunto si había visto a sus hijas hablar con soldados, le dije la verdad, no vi que mal hubiera en ello, pero debía haberme callado, siempre lo he lamentado y me ha culpabilizado el pensar que las bofetadas de mi niñera se debían un poco a mi.

Se marcharon, yo las quería y las admiraba, pero un día supimos que el novio de la mayor venia por las noches a encontrarla en la casa, la madre no lo quería y armo una trifulca enorme, escándalo, el tipo, enamorado de la hermosa andaluza, se arrastraba por el suelo llorando y pidiendo a la madre que lo aceptara, era casado, de ahí el drama, en estas apareció mi padre alertado por los gritos de la tragedia y los echo a todos, nunca volví a saber de mis amigas, así las considero, nunca las he olvidado.

Al poco de estar instalados mi familia se dio cuenta de que yo no había hecho la comunión, este olvido podía ser grave si las autoridades religiosas se daban cuenta, podían achacarlo a tibieza religiosa y nos caería una buena. A mi no me habían mandado al colegio, la finca estaba lejos del centro y además habría que pagarlo y mi padre no era partidario de rascarse el bolsillo, así que me mandaron a Valencia a estudiar el catecismo a las esclavas, viví esa temporada con mi abuela en la pensión de doña Celes, creo recordar que lo pase bien, lo que no aguantaba era la idea de que debía confesarme, yo no creía haber hecho algo malo en mi vida, sigo creyéndolo, y mi problema era que contarle al cura, siempre fue así, la última vez que me confesé, ya de mayor y siempre obligada por las circunstancias, sin nada que decir conté en el confesional que había leído un libro de Blasco Ibáñez, inmediatamente el confesor me excomulgo, es decir que me negó la absolución y me dijo que fuese al arzobispado para echarme a los pies del obispo de turno y pedirle que me reintegrara en la Iglesia, la Comunión de los Santos y todo eso, naturalmente me lleve un alegron y desde entonces considero que no pertenezco a esa secta maldita.

Para mi primera comunión algo contaría al curita ya que me absolvió y pude comulgar vestida de blanco, eso fue también un problema, en las esclavas debíamos ir con vestidos iguales que teníamos comprar en la casa que trabajaba para las monjas y que era carisma, cuando mi padre supo el precio del traje dijo que no lo pagaba, como hacer la comunión desnuda hubiera estado mal visto me alquilaron un traje para la ocasión, tampoco quiso que hicieran estampitas recordatorio que todas las niñas llevaban y que cambiaban entre si, por fin después de hacer unas cuantas pataletas se me hicieron los recordatorios, eran los mas baratos y tan feos que no me atreví a cambiarlos con nadie, como nunca fue cuestión de que se hiciera ninguna fiesta después de la ceremonia nos metimos en el tren y para Castellón. Las fotos fueron también un problema, caras, todo era caro para mi padre, se me hizo una para dar fe de que había comulgado y basta. Volví al jardín después de mi experiencia religiosa, y durante quizás años no puse un pie en la iglesia, no se si mis padres iban a misa a la ciudad, supongo que debían ir para hacerse ver, yo no recuerdo haber ido, mejor, nunca eche de menos a los curas sus confesiones y las historias idiotas que nos querían hacer tragar y así continuo.

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