lunes, 5 de enero de 2009

EL PARAISO PERDIDO


CASTELLON, SE ACABA EL PARAISO

Si, para mi el jardín de Castellón fue el jardín del Edén, yo no sabia que estaba lleno de serpientes pero pronto lo comprobaría. Mi madre se fue al sanatorio y nosotros, los tres hermanos, quedamos al cuidado de mi abuela Irene y de las niñeras, cocineras y demás servicio, un día mi padre fue a Valencia y al volver nos anunció que para que no recayera sobre su madre todo el trabajo de la casa iban a instalarse allí mi otra abuela y su hija Maria Victoria, yo me alegre mucho, mi tía era aun menor de edad y habíamos pasado muy buenos ratos en Valencia y durante las vacaciones en los pueblos de Aragón, en aquel tiempo mi abuela Milagros también me caía bien, me contaba las historias de los libros que leía y me enseñó a hacer crucigramas y charadas, sus novelas las leía por la noche y por la mañana me contaba lo sucedido, algunas veces me decía con una sonrisa sádica que no podía contarme lo que había leído porque era pequeña para saber esas cosas, así me fue contando la celebre novela “Lo que el Viento se llevó”, con numerosos blancos, me entere de toda la trama cuando mi madre me llevó a ver la película en Madrid, nunca lo hiciera, mi abuela la denunció al Tribunal de Menores por este horrible acto y fue una de las causas por las que pase largos años separada de mi madre, la abuela que la denunció era su madre, la que me contaba la historia cada mañana.

Al principio las cosas parecían ir bien, mi madre nos telefoneaba desde Cercedilla y yo le escribía cartas cada semana, mis dos abuelas no se peleaban, a las dos les gustaba que las sirvieran y eso lo tenían, a mi tía no le veía mucho, siempre salía con mi padre, a veces la llevaba a los pueblos donde iba de inspección, otras veces iban a jugar al tenis al club y mi tía terminó por encontrar un novio policía que para distraerla le contaba todos los horribles asesinatos que había elucidado, aquello producía un horror profundo a la novia, los folletones policíacos aun no estaban de moda. Su enamorado venia a verla y tomar café con su madre, después se paseaban por el jardín, mi abuela me prohibía salir de casa para dejarles tranquilos, no le hacia ningún caso y así podía verles de la mano y mirándose a los ojos bajo un enorme jazmín que había contra la tapia, nunca he sido muy dada al romanticismo y todos aquellos arrumacos me chocaban, yo estaba en la época en que jugaba con espadas, arcos y flechas o pistolas, todo de trabajo artesanal fabricado por mi y mis amigos con palos de la huerta, son los mejores juguetes, los que se construye uno mismo.

A partir de entonces empezaron a suceder cosas raras en la familia, mi abuela Irene se marcho a Valencia, dijo que debía ocuparse de los sucesivos hijos de Paco, el militar de la División Azul, al despedirse dijo con cara de pocos amigos que había cosa de las que no quería enterarse, yo nunca he sido curiosa, así que no le pregunte de que se trataba, tampoco me lo hubiera dicho.

Poco tiempo después desapareció mi abuela Milagros, también se fue a Valencia, luego acabo en Madrid, cada vez estábamos mas solos, mi madre, mis abuelas, todos desaparecían menos mal que quedaba mi tía Toya, mi padre era muy amable con ella, cosa de extrañar en él, de sus viajes le traía bombones y pasteles, y me di cuenta de que si quería conseguir algo de mi padre debía ser ella que se lo dijera, nunca le decía que no, esto tampoco duró mucho.

Un día desapareció mi padre, se marcho sin dar explicaciones, después supimos que estaba en las blancas ermitas de Granada y además con una de sus amantes, ya hablare de ello. La desaparición de mi padre no me inquietó, prefería saberle lejos que cerca, la verdad es que por el momento no se portaba mal conmigo, pero representaba la autoridad, paternal en este caso, y nunca lo he aguantado, tampoco era especialmente cariñoso con sus hijos, le importábamos un bledo, como lo demostró durante toda su vida y mas allá de su muerte.

Lo que no había previsto es que una mañana mi tía desapareció también y con ella mi bicicleta, mi medio de locomoción y que tanta sensación de libertad me daba, al no verla llegar mande a indagar a alguien de nuestro servició, la gente dijo que la habían visto pasar en bicicleta hacia la estación, yo marche presurosa para allí con la ilusión de que hubiese dejado la bici en la estación al coger el tren, no estaba, nunca mas la vi, a la bici porque a mi tía tuve muchas ocasiones de verla,. 60 años mas tarde, mi madre había muerto, vino a verme a Elne donde residía y pude por fin hacerle la pregunta que nunca le había hecho, ¿Qué hiciste de mi bicicleta? Veras, la vendí para pagar el tren que me llevó a Valencia, era lo único que no conocía de la historia, el resto siempre lo supe.

Me quede sola en aquella enorme casa, estaba con mis dos hermanos y dos mujeres de servicio, en aquel momento el numero de sirvientes se había reducido en cantidad y en calidad, teníamos una señora mayor, la pobre tenia un tumor enorme en un costado, un cáncer, supongo, una o dos veces por semana iba a Castellón a tratarse con una curandera que le sacaba del costado los siete soldados con lanzas que hirieron al Cristo en la cruz, eran ellos los que la atormentaban y la curandera había prometido sacárselos, no se por que medios, el caso es que cuando llegaba fatigada a veces se arrastraba por los suelos gritando que le sacásemos los demonios de su costado, yo nunca he creído en esas historias de demonios así que no podía hacer gran cosa.

La niñera de mis hermanos y chica para todo era una joven que tenia un ligero retraso mental, eso no la impedía trabajar lo que podía, lo que mas le gustaba era ir a Castellón, de donde tardaba mucho en volver, allí ligaba con los soldados que la acompañaban hasta la finca, no era mala persona, pero no se podía tener mucha relación con ella.

Estábamos solos y además sin dinero, afortunadamente teníamos las frutas y verduras del huerto y al fondo de la huerta había un corral con conejos y gallinas, así podíamos alimentarnos y reservar los huevos recién puestos para mis hermanos, lo mismo que hacían mis parientes durante la guerra conmigo, si teníamos un huevo me hacían una sopa de ajo y lo escalfaban para mi y miraban como me lo comía con ojos de deseo.

Yo no me acuerdo de haber sufrido gran cosa de esta situación, me paseaba con pantaloncitos cortos y para darme ánimos me puse un cuchillo con el mango roto en la cintura, cada noche debíamos recorrer toda la casa para comprobar que no hubiese nadie escondido, lo hacíamos la señora de los soldados romanos y yo, la otra mas joven se quedaba encerrada en la habitación de mis hermanos, las dos sirvientas me habían pedido permiso para dormir en la casa, tenían menos miedo. Otra de las cosas hacíamos era ir al anochecer a buscar a la joven por la vía del tren, tenia la costumbre de acostarse con los soldados en los escondites bajo las vías, la llamábamos a gritos y la amenazábamos hasta que volvía, algunas veces vimos salir corriendo a algún soldado subiéndose los pantalones, un poco de educación sexual a mis 10 años no me venia mal, pero la verdad es que yo no sabia nada de nada.

Una noche cuando nos disponíamos a terminar la ronda por el jardín vinieron las dos muchachas gritando, habían visto dos cabezas que asomaban por las tapias que daban al camino, miré, efectivamente vi dos bultos que asomaban por encima del muro y que parecían acecharnos, no lo pensé mucho, no debía encerrarme en la casa sin saber quienes eran aquellos individuos, les dije a las mujeres que fuéramos a ver, se negaron temblando de miedo, yo ni corta ni perezosa empuñé el cuchillo que llevaba siempre conmigo en mi cintura y me fui hacia el fondo del jardín, nada mas irme acercando me di cuenta de lo que pasaba, habían podado las acacias del camino y lo que asomaban eran dos gruesos troncos que de lejos parecían efectivamente cabezas, volví para tranquilizar a mi gente y nos fuimos a la cama. Pienso alguna vez porque no tuve miedo, poco hubiera podido hacer para defender a nadie con un cuchillo roto, la única explicación es que ya hacia muchos años que había decidido que no tendría miedo nunca, y así ha sido hasta ahora.

Un día nos dimos cuenta de que no teníamos ni un céntimo para comprar leche para mis hermanos, sobre todo para Juan Manuel que no tenia mas que tres años, y tampoco pan y las verduras empezaban a escasear, decidimos ponernos en contacto con algún amigo de mi padre para pedirle que lo localizara, naturalmente nuestras pobres sirvientas no conocían a nadie, yo tampoco, mi padre traía pocos amigos a la finca después de los fiascos que se llevó con sus compañeros, pero yo conocía a dos de los que alguna vez vinieron por allí, se trataba de Llinas, compañero de hacienda y de Travé, también de hacienda, pude encontrar una libreta en el despacho de mi padre y telefonear, hable con Trave y le explique la situación. Debió impactarle porque una hora después apareció para traernos algo de dinero y me prometió que le diría a mi padre en que situación nos había encontrado. Así lo hizo porque mi padre volvió deprisita, el tiempo de llegar desde las pintorescas ermitas Granadinas del famoso verso. “Que alta esta la cumbre, la cruz que alta, para llegar al cielo cuan poco falta”, el debía estar en el séptimo cielo con su amante pero lo que debió hacerle descender de las alturas fue el saber que mi tía Toya había abandonado el nido con rumbo desconocido. Volvió, si, y mejor que no hubiese vuelto, el drama sigue.

MILAGROS RIERA

para continuar la historia apoyar sobre entradas antiguas

No hay comentarios:

Publicar un comentario