sábado, 10 de enero de 2009

ESTAMOS EN VALENCIA


NOS INSTALAMOS EN VALENCIA

Dejamos Benicalap para instalarnos en Valencia, allí ocupábamos un apartamento nuevo en la calle Pedro Tercero el Grande, estaba haciendo esquina con la Gran Vía de José Antonio, así se llamaba entonces aquella arteria, eran entonces las afueras de Valencia, desde las ventanas de la casa podía verse las huertas, algunos días iba con nuestra criada, así se llamaba a las que trabajaban para la burguesía limpiando su mierda, a comprar verduras y frutas a los campesinos, eran un buen recuerdo de aquel tiempo. Hoy día detrás de las ventanas no hay más que ladrillo, cemento, nada.

Mi madre había dejado de trabajar, como ya conté, una de las razones que la llevó a dejarlo fue la historia que le contó su compañero de despacho, era un señor mayor y que había conocido a su padre, compartían la misma mesa y estaban un poco apartados del resto del negociado, seguramente mal vistos por haber sido republicanos. Su compañero de trabajo apenas hablaba, y cada día parecía mas delgado y enfermo, por fin hablo para contar que el vivía cerca de Paterna, no muy lejos de los cuarteles que construyó mi abuelo el coronel, pues bien, no podía dormir, cada noche oía el ruido de la gente que sacaban para fusilar luego los tiros, seguidos del tiro de gracia, era insoportable, así debieron ser asesinados miles de republicanos, hoy día aun no se saben todos los nombres y se buscan sus cuerpos. El empleado de hacienda no podía soportar el esperar cada noche la muerte de los que fueron los suyos, sin dormir, perdió el apetito, un día no volvió, le dijeron a mi madre que se había vuelto loco, nunca mas supo de él y cuando entraba en el despacho no podía dejar de pensar en su horrible historia, prefirió marcharse.

En aquellos días de vergüenza se vigilaba a todo el mundo, mama y papa solían ir al cine cuando podían, un día al pasar por lo que entonces se llamaba la plaza del Caudillo, sonó el cara al sol, cuando esto sucedía todo el mundo debía pararse y hacer el saludo fascista coreando el canto, mis padres no lo hicieron, un hombre se abalanzó sobre ellos y les grito, levanten el brazo, inmediatamente, mis padres así lo hicieron era mejor obedecer si se quería sobrevivir, acabado el himno fascista marcharon hacia su casa, el hombre les siguió y ya un poco apartados de la plaza les pidió disculpas “miren, siento haberles asustado, pero vi. a un falangista que los miraba, hace unos días un amigo mío no levanto el brazo, desapareció y hasta la fecha no hemos sabido nada de él”Mis padres le dieron las gracias, quizás les había salvado del furor falangista, esos recuerdos quedan dentro y van cubriendo la libertad con una chapa de silencio y miedo, así se vivía entonces, así vivían los que tuvieron la suerte de sobrevivir.

El miedo continuaba dominando la sociedad española en esos tiempos de represión franquista, nada podíamos saber de la gente que iba desapareciendo, de los que se refugiaron en Francia o en otros países, las familias quedaron separadas, muchas veces para siempre, el miedo hacia que nadie se atreviera a tener relación con los exilados. En este contexto mi familia por parte materna llego de Francia, como ya he contado mi abuelo decidió mandarles a España, temiendo a los nazis que ya estaban en Paris, él no podía imaginar lo que estaba pasando en su país, muchos exilados tardaron en darse cuenta de la represión, del genocidio que convirtió a España en un cementerio, los unos morían, los otros callaban y reinaba el silencio.

Cuento esto para que os deis cuenta que cuando mi abuela Milagros llego buscando cobijo para ella y sus hijos nadie la esperaba y nadie quería saber nada de ella, mis padres recibieron a mi abuela en Benicalap durante algún tiempo, los hijos los mandaron con otros familiares, el mayor de los hermanos varones era José, nacido después de mi madre, si ella fue la favorita de su padre él lo fue de su madre que le enseñó el piano y el solfeo, aquello determinó la vocación de su vida. Milagros pensó que su hermana los ayudaría, pero aquella familia nada quiso saber de los exilados, los descendientes del Marques eran naturalmente adictos al franquismo y los retornados del exilio molestaban, sobre todo por ser la familia de un dirigente socialista conocido.

Algo mas de apoyo encontraron en la familia de mi abuelo, al igual que la tía Pilar, la monja esclava del sagrado corazón, había intervenido para que mis padres pudieran volver a hacienda, se ocupo de buscar colegios para los jóvenes, Miguel Ángel fue a un internado, Maria Victoria a las Esclavas, y José, acabo ingresando en un seminario donde encontró la manera de no enfrentarse con problemas familiares que no podía resolver. Seguramente fue una suerte para él, acabo siendo jesuita, hizo carrera como compositor y director de orquesta, también fue rector durante casi toda su vida de la universidad de música Reina Elizabeth, en Hiroshima, ya iré hablando de él, cuando lo encuentre en mi vida de adulta.

Cuando nos instalamos en Valencia mi abuela y su hija, vivían allí en una pensión que regentaba doña Celes, hermana de Mario y Claudio, que acompañaban a mi abuelo en sus mítines y que pasaron con él a Francia, considerábamos que éramos casi de la familia, tanto nuestros destinos estuvieron mezclados, y a lo largo de la vida continuaran estándolo.

Mi abuela Milagros consideró que ella no había nacido para trabajar y además no sabíamos que podía haber hecho, su vida de esposa y madre no la preparó para la tragedia que se le vino encima, no supo hacer frente a la situación y eso fue algo que resulto dramático para muchos de mi familia, para mi por ejemplo. Para ganar algo de dinero se puso a coser, era muy primorosa y su especialidad fue la ropita para niños recién nacidos, bordados y vahinicas no tenían secretos para ella. Luego su hija iba a vender la mercancía a las tiendas y traía algo de dinero a casa, según parece el éxito de sus ventas venia en gran parte de su juventud y su belleza.

Por esta época íbamos con frecuencia a pasar el mes de verano en los pueblecitos de la montaña, mi padre que había ganado las oposiciones era inspector de hacienda, se compro un coche, algo nunca visto en aquella época, lo utilizaba para cazar contribuyentes por las salvajes montañas, a nosotros no nos dejaba ni subir a su auto, podíamos mancharlo. En el curso de sus inspecciones encontraba pueblos donde nos enviaba durante el mes de agosto, el no venia, así descansaba de familia, nosotros cogiamos el tren, mi madre, yo, mi hermano Quique, las criadas del momento y mi tía Toya, la hija de Milagros, a la que mi madre trataba como una hija y yo veía como una hermana.

Aquellos pueblos de montaña son hermosos recuerdos de mi niñez, a veces le cuento a Daniel, mi tercer hijo y que es arqueólogo, que yo he conocido el neolítico, en aquel tiempo se viva así por aquellas montañas, nos alojábamos en pensiones que no tenían agua corriente ni luz, cada noche nos acompañaban con el candil a las habitaciones, cuando nos metíamos en la cama seguían acompañando a los otros, una noche tuve un ataque de sonambulismo, me encontraron en la cocina buscando un candil, cada vez que veo uno en los museos recuerdo mis vacaciones.

También se araba como en la prehistoria, un caballo con el campesino con el útil de labranza que habría los surcos, cuando se recogía el trigo se llevaba a las eras, allí un caballo tiraba de una plataforma de madera, un campesino iba de pie en ella y el peso hacia que los granos de las espigas se separaran de la paja, después se aventaba, y se recogía los granos del trigo, lo explico porque no creo que esta manera de tratar los cereales sea muy conocida por los niños actuales y es lástima porque nos divertíamos mucho, subíamos en la plataforma, recogíamos espigas, todo el pueblo se reunía para jalear a los que aventaban, luego participábamos en la fiesta con la que acababa la trilla.

También los medios de locomoción eran rudimentarios, utilizábamos los carros , cuando llegamos a Mora de Rubielos nos esperaba uno en la estación para llevarnos al próximo pueblo, llevaban además una recua de asnos, los mas valientes los montaban, yo fui en el carro, pero utilicé un borriquito para ir de excursión a una ermita, todo el pueblo iba, los chicos llevaban a las jóvenes mas guapas a la grupa de sus caballos, mi tía era siempre la mas solicitada, traía al retortero una infinidad de pretendientes, amores de verano.

Otra vez recuerdo que fuimos en carro a buscar a un curandero, mi madre se había torcido un tobillo, vino con nosotros a caballo, los barrancos estaban cubiertos de flores, adelfas, me dijo el curandero, son venenosas, ni tocarlas, nunca he olvidado su advertencia.

Otro recuerdo de esa vida mas bien primitiva es el de la casa que ocupamos un verano en las montañas no muy lejos de Valencia, allí amasábamos el pan del mes, a los niños nos dejaban hacer nuestros panecillos que después metían en aquellos enormes hornos que parecían las fauces del infierno. En aquella casa teníamos un pequeño retrete que consistía en un agujero con tapadera, el agujero daba a los corrales donde las gallinas comían lo que nosotros desechábamos, luego nos las comíamos nosotros. Un día oímos gritos, una cabra se había metido en el reducto y mi tía horrorizada no sabia como salir, la salvamos.

Como en las montañas hacia frío, durante las tardes y hasta bien entrada la noche , nos reuníamos, chicos y grandes en el interior de las casas, para contar historias de fantasmas, de muertos que volvían para tirar de los pies a los malvados, muertes extrañas por visitar cementerios, alguna vez por la ventana aparecía una calavera iluminada con tétricas luces, todos gritábamos aterrados, aunque sabíamos que se trataba de una calabaza preparada, iluminada con velas por dentro, pero el efecto siempre era emocionante.

En los cementerios era corriente ver fuegos fatuos y los muertos sacaban las manos de las tumbas para agarrar a los que por allí pasaban de noche, nos contaban que algún joven murió por atrevido, fue allí y luego lo encontraron sin vida, nos encantaba a todos tener miedo, los muchachos, para seducir a las jóvenes juraban que irían a las tapias malditas, pero siempre les disuadíamos con nuestras suplica, en fin, nos lo pasábamos fenómeno con nuestras inocentes historias.

Historias también escuchaba en las largas veladas que pasábamos en las estaciones esperando el tren, a veces debíamos pasar la noche entera en la estación, alli estábamos toda la familia cargados de maletas, baúles y cestos con comida, entonces se viajaba así. Allí también la gente contaba hechos famosos, leyendas que se atribuían a ellos o a sus pueblos, se contaban como si acabasen de suceder, pude oír la historia de los amantes de Teruel, el que la contaba aseguraba que le había pasado a un familiar suyo. Andando el tiempo me di cuenta de que en todas esas veladas nadie habló nunca de que hubiese habido una guerra, ni de que parte de sus familias hubieran desaparecido, con los que nos reuníamos no eran especialmente burgueses, eran empleados, eran campesinos, eran viajantes de comercio, a nadie se le escapo nunca una palabra sobre lo que en su país, en sus pueblos, en sus familias había sucedido durante una guerra que al parecer no había tenido lugar, hoy día me parece estremecedor este silencio, nuestro silencio fue la verdadera victoria fascista.

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