jueves, 1 de noviembre de 2007

MIS HISTORIAS EN BARCELONA



MIS HISTORIAS EN BARCELONA

Eskiando en La Molina
Entre los recuerdos de mi vida en Barcelona hay algunos de los que quisiera hablar, son mas bien historias de familia pero que siendo como era un adolescente me marcaron, quizás una de las lecturas que mas me interesaron fue la de las obras completas de Dostoievski, una vez inmersa en ese mundo era difícil salir de él, aun así leía todo lo que pasaba por mi mano, era una lectora infatigable, eso me llevó a leer algunas obras que no debía haber leído según nuestra santa madre Iglesia, en España no era fácil leer nada, todo estaba prohibido, lo único que nos proponían eran los libros de los escritores adictos al régimen y las vidas edificantes de santos o libros escritos por jesuitas para edificación de la juventud, tales como “Jeromin” que era un panegírico del personaje, hijo bastardo de Carlos V, también podíamos leer, con reservas de edad “El Clavo”, siniestra historia de una mujer casada que mata a su marido clavándole un clavo en la cabeza, al convertirse su cabeza en una calavera el clavo aparece y la mujer es castigada como merece toda hija de Eva, así somos para los hombres de negro, cueles y traidoras, animales peligrosos que hay que mantener sometidas al varón.

Mis lecturas me llevaron a ser excomulgada por la Iglesia, veamos como fue, mi padre con el afán de hacerse bien ver por la sociedad franquista me obligo a hacer ejercicios espirituales con el Opus Dei, la Obra estaba de moda y debió pensar que allí me engatusarían como a tantos otros y tener una hija del Opus le vendría muy bien. Los ejercios espirituales consistían en pasar una semana encerradas en unos locales del Opus, meditar todo el día y recibir conferencias continuamente, no me acuerdo de lo que nos contaban, era un tostón y no me interesaba para nada, a las jóvenes que mas prometían les llamaban a tener conversaciones privadas con los formadores, a mi no me llamaron, pero llegó el  momento de la confesión para la ulterior comunión, yo como siempre debía estrujarme las meninges para contar algo al curita, nunca hacia nada malo y a veces pensaba que debía ser estupendo contar grandes pecados que asombraran al confesor, una vez, obligada como siempre, fui a confesarme y conté que lo de las historias de la Biblia no me lo creía, eso de que Sansón tiro abajo todo un templo meneando unas columnas me parecía excesivo como invención, el cura me explico que en aquella época los templos se hacían con endebles maderitas y se deshacían fácilmente, cosa que la arqueología a desmentido, pues bien por fin encontré algo de que confesarme, estaba orgullosa de tener algo que decir, conté al confesor del opus que había leído casi todos los libros de Blasco Ibáñez, yo sabia que estaban en el índice, que no se publicaban. pero encontré ediciones de antes de la guerra en librerías de lance y me los leí casi todos, aquello fue tremendo el cura puso el grito en el cielo, me dijo que era un pecado tan horrendo que no podía darme la absolución y que de facto estaba excomulgada, lo único que podía hacer era ir al arzobispado de Barcelona, echarme a los pies del arzobispo de turno y pedir que se me acogiera de nuevo en el seno de la Iglesia, naturalmente no lo hice y en el transcurso de mi vida he pedido por dos veces a la Iglesia que se me de un certificado de excomunión, no lo he conseguido, pero el caso es que desde entonces no pertenezco a esa perniciosa secta que es la ICAR. Al final de los ejercicios no pude comulgar, mis compañeras debieron pensar que era una gran pecadora y nunca volví a saber nada ni del OPS ni de sus pompas ni sus obras, la idea de que ya no era creyente y que no tenia que arrodillarme delante de muñecos de madera ni ante hombres con faldas fue una de las mayores sensaciones de libertad que he tenido en mi vida.

Un día mi tío Paco me dijo que debía darme una noticia, sus hijos iban al colegio y después venían a nuestro apartamento de paseo de Gracia para esperar que su padre viniera a buscarlos una vez terminadas sus tareas castrenses. Venia la pequeña Olga, Maria Clara que era y siguió siendo muy guapa, se parecía a su madre en todo, los chicos José Luis y Alejandro también venían a esperar a su padre después del cole o bien a su hermano Francis que se ocupaba de ellos como podía, yo estaba allí con ellos cuando no tenia otras tareas, así aprendí a conocer a aquellos niños separados de su madre como yo.

Lo que mi tío quería decirme era que su mujer había pedido al Tribunal tutelar de Menores que le dejaran ver a sus hijos, mi tío accedió a ello, a diferencia de mi padre, el Tribunal pidió que alguien acompañara a los niños durante la visita y mi tío me nombró a mi, estuve de acuerdo, como no iba a estarlo, y se daba la paradoja que a mi que tenia por el Tribunal prohibido ver a mi madre se me nombraba para acompañar a otra madre incriminada por ese Tribunal. Me puse en contacto con Maria Luisa y le busque acomodo en la bien conocida pensión 43, sucursal de todos los réprobos de la familia. Los niños pudieron ver a su madre, recuerdo que paseábamos todos juntos por la Diagonal, Francis venia a mi lado y los pequeños seguían a su mama, Maria Luisa nos decía que nos fijáramos en que todos los hombres la miraban, cosa natural ya que ella los miraba fijamente, así que ellos continuaban mirándola, preguntándose seguramente de que la conocían, seguía siendo coquetuela, había venido con unos amigos que buscaban hacer negocio en Barcelona comprando textiles a bajo precio por mala calidad para venderlos mas caros en África, quiso que fuéramos los cuatro a cenar pero yo le dije que una chica de mi edad no podía salir por las noches, así me los quité de encima.
Fue la ultima vez que sus hijos y yo vimos a Maria Luisa, estaba en Valencia, no se si separada ya de su amante judío, su hermano era medico y un día fue a su consulta, mientras estaba tomándole la tensión se quedo muerta de un fallo cardiaco, era joven pero seguramente su organismo estaba gastado por tantos partos y abortos realizados en malas condiciones, creo que tanto ella como su hija fueron victimas del machismo de la sociedad fascista.

Ya que he sacado el tema hablaré un poco mas de mi tío Paco, por fin encontró alguien que se ocupara de los pequeños y ya no venían por casa, Francis era entonces muy amigo de Quique, mi hermano, así que nos veíamos con frecuencia y venían con nosotros a la Costa Brava, un día Francis llegó llorando a casa, hacia poco que estaban instalados en un piso reservado a los militares por Pedralbes y una noche mi primo oyó un ruido raro en la habitación de su padre se acercó temiendo que estuviera enfermo y lo encontró con una puta en la cama, le dijo su disgusto y le recordó que no era un espectáculo para sus hermanos pequeños, su padre le contestó que no tenia dinero para pagar un hotel y no iba a desaprovechar la ocasión, Francis desesperado me dijo que temía que el caso se repitiera, su padre ya estaba alcoholizado y perdía la noción de decencia, le dije que no se preocupara, yo me ocuparía del caso, dije a Paco que debía hablar con él, le conté que sabia lo sucedido y que si se repetía le denunciaría al Tribunal de Menores, tan amado por los dos hermanos, y le quitarían la guardia de sus hijos, lo hubiera hecho, en aquel tiempo tenia yo bastante mala leche, fue a raíz de esta historia que me nombró para acompañar a su esposa, debió quedar admirado de mis sólidos principios morales.

Para acabar con las historias de mi tío quiero recordar el tiempo en que trabajábamos juntos en casa revisando cuentas para mi padre, la que trabajaba sobre todo era yo, tenia entonces cierta agilidad en matemáticas, él se dedicaba a intentar abusar de la criada en la cocina, cuando le veía ir allí para buscar un vaso de agua, como decía, ya sabia que tendría que ir a poner freno a sus ataques a la virtud de nuestras empleadas, por fin renunció a sus viajes a la cocina pero me enteré que las esperaba a la puerta de casa al terminar su trabajo, lo que hicieran entonces no era cuenta mía pero lo cierto es que algunas guardaron un buen recuerdo de él.

Durante algún tiempo y seguramente cuando había bebido en demasiado se dedicaba a decirme que su hija se tiró por la ventana de mi habitación porque no soportaba la idea del adulterio de su madre y que yo, siendo hija de una réproba debia hacer lo mismo, tome la costumbre de hacerle callar diciéndole que la culpa de la tragedia era suya, que su santa esposa estaba harta de tanto parir, le insulte abundantemente y no volvió a empezar, ante los gritos se achicaba enseguida, una vez le oí hablar con el cuartel, era jefe de día de Barcelona y llevaba su uniforme y sus medallas, gritaba a sus subordinados como un energúmeno, casi tanto como yo le gritaba a él, pero el uniforme cambia a la gente. Al parecer fue diciendo a todo el mundo cuando desaparecí en el exilio que me quería muchísimo y que no había otra como yo, no se equivocaba. Cuando volví a España nos vimos con frecuencia y fue muy cariñoso conmigo, con mi marido y con mis hijos, guardo un buen recuerdo de mi tío el militar, ya le encontraremos en nuevas aventuras.  

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